jueves, 24 de septiembre de 2009

Mensaje Final del XVI-Consejo de las Provincias

«Abrazando el Evangelio: La comunidad carmelita en la fe, la esperanza y la caridad»

San Felice del Benaco (Brescia), Italia, 3-12 septiembre 2009

Introducción

El XVI Consejo de las Provincias ha tenido lugar en el Carmelo de San Felice del Benaco, del 3 al 12 de septiembre de 2009. El tema del encuentro ha sido: "Abrazando el Evangelio: La comunidad carmelita en la fe, la esperanza y la caridad". El Prior General y los miembros del Consejo General han estado reunidos con los Priores Provinciales, Comisarios Generales, Comisarios Provinciales y Delegados Generales de todos los continentes, lo que nos ha recordado nuevamente el continuo crecimiento de la presencia carmelita en todo el mundo. Durante el encuentro se ha vivido una experiencia fraterna muy edificante, a la vez que se reflexionaba sobre los retos y las posibilidades que tiene actualmente la comunidad carmelita.

Centralidad de la comunidad

El Prior General habló de la comunidad como un elemento central para vivir como carmelitas. La comunidad conforma un ámbito de encuentro y de crecimiento en el que se construyen relaciones de confianza. Esta confianza surge al compartir la oración, las reuniones fraternas y trabajar juntos sirviendo al pueblo de Dios. Para llegar a ser expertos de reconciliación, tenemos que reconocer que todos necesitamos ser sanados y perdonados. No ha de extrañarnos, por tanto, que nuestro modo de vida reclame una constante conversión y perseverancia en los valores de nuestro carisma carmelita. La comunidad carmelita está amenazada sobre todo por el individualismo que procede de algunas formas de secularismo que hoy existen en nuestra sociedad.

La comunidad es un testimonio contra la tiranía de la normalidad que nuestra sociedad contemporánea promueve. Jean Vanier, fundador de las comunidades de "El Arca", nos dijo que vivimos en un mundo donde los débiles son rechazados por el miedo y la inseguridad que sentimos dentro de nosotros. Sin embargo, permanece el misterio de que somos sanados por aquellos que nosotros mismos rechazamos (Cf. 1 Cor 12,22). Pero la sanación tan sólo puede tener lugar cuando estamos preparados para relacionarnos con el otro, escuchando compasivamente sus llantos y dolores. La comunidad no sólo es el lugar donde experimentamos el amor, sino también donde somos invitados a recibir amor y a compartir el don del amor entre nosotros y con aquellos a los que somos enviados a servir.

Nuestras comunidades llegan a ser signos de esperanza para el mundo cuando aquellos que son débiles tienen un lugar en ellas y son vistos como personas amadas por Dios. Jean Vanier nos animó a trabajar como comunidades en formación que se convierten en lugares genuinos de mutua pertenencia, en los que cada miembro deja espacio para escuchar y ser escuchado con comprensión y en la verdad. La angustia con la que todos cargamos debido a nuestra humanidad herida, sólo será sanada si descubrimos que nuestras comunidades son lugares de fraternidad, confianza y perdón.

Sólo aquel que es amado puede generar amor

El P. Danilo Castello, MCCJ, nos dijo que vivir amando en una comunidad requiere tener actitudes de respeto, adaptación, perdón, aceptación, hospitalidad, diálogo y de asumir riesgos. El amor incondicional con que Dios nos ama se convierte en la medida de nuestro amor humano. De hecho, la felicidad no se encuentra al observar, sin más, las leyes o las normas, sino al relacionarnos con los demás en cuanto hermanos y hermanas. Es en estas relaciones en las que descubrimos que hemos sido creados para vivir en intimidad y transparencia. De este modo llegaremos a mirarnos con los ojos del Evangelio de la Compasión.

Por su parte, el arzobispo Jean-Louis Brugués, O.P., Secretario de la Congregación de la Educación Católica, afirmó que el futuro de la vida religiosa debe fundamentarse en la experiencia de la transcendencia. Para nosotros, los carmelitas, esto significa que tenemos que estar abiertos al amor transformador de Dios, corazón del carisma.

Formación dentro de la comunidad

La Comisión Internación de la Formación presentó nueve criterios sobre la formación y la comunidad. Estos puntos, tomados de la RIVC, dieron ocasión para reflexionar sobre la importancia de la comunidad como un elemento formativo fundamental en el ministerio de la formación (RIVC 55 y 37). Todos nos hemos sentido estimulados a continuar con un espíritu de cooperación regional e internacional dentro de la Orden, especialmente en las áreas formativas y vocacionales.

También los Consejeros Generales y los responsables de las Comisiones de la Orden informaron a los participantes sobre su activa dedicación en el fortalecimiento del espíritu comunitario y de cooperación en toda la Orden.

Conclusión

En cuanto carmelitas, somos conscientes de la sed que existe en nuestra sociedad contemporánea y en la Iglesia por una seria espiritualidad de la encarnación y de la transcendencia. En la reciente canonización de S. Nuno de Santa María, reconocemos a un hombre que encarnó el amor transformador de Dios a través de su auténtico amor hacia los pobres. Liberado de cualquier ambición de dominio sobre los demás, experimentó a Cristo sufriente en los débiles y rechazados de su sociedad. Su vida nos recuerda que Dios ve y ama a toda la humanidad con un amor incondicional.

Nuestro genuino deseo de relacionarnos dentro y fuera de nuestras comunidades carmelitas, debe asentarse sobre las virtudes evangélicas de la fe, la esperanza y la caridad. Sólo cuando estas virtudes son encarnadas en nuestras mutuas relaciones y en aquellas que tenemos con las personas a las que servimos, vivimos verdaderamente nuestra llamada carmelita a abrazar el Evangelio.

Elevamos nuestra oración a Elías, nuestro padre, y a María, nuestra Madre y Hermana, para que nos guíen y fortalezcan a lo largo del camino de fe, esperanza y amor que, como hermanos y hermanas, vivimos en el Carmelo.

martes, 21 de abril de 2009

MARÍA Y LA COMUNIDAD APOSTÓLICA

María y la Comunidad Apostólica

Jesús invitó a sus discípulos a “permanecer en su amor” (Jn 15,7-10), pero el escándalo de la cruz, fue tan fuerte y encegecedor para sus aspiraciones que huyeron, abandonando al Maestro.

Sólo María, el discípulo amado, Juan, con algunas mujeres, permanecieron cerca del Amor, en medio del dolor (Jn 19, 25-27). Frente al dolor o sufrimiento tenemos dos opciones: la dureza del corazón o la apertura a la ternura. María, la madre de Jesús optó por la apertura a la ternura.

María aprendió a “guardar y a meditar en su corazón” (Lc 2,19) todo aquello que a veces con la luz de la razón no es inteligible para la mente humana. Esta experiencia de María ayudó a la naciente comunidad apostólica, pues, María, como primera discípula de su Hijo, supo confiar en los apóstoles, pues, quien “guarda y medita” sabe confiar y esperar, aún “contra toda esperanza”, sabe que Dios es fiel.

Esta confianza de María como discípula y sabiéndose fecunda por la acción del Espíritu Santo desde el momento de la anunciación, le lleva a estar con los discípulos (Hch 1,12-14), confía en ellos, es consciente de la transformación realizada en ella por el Espíritu y espera que el Espíritu convierta en testigos a los apóstoles, como de hecho sucedió, Pedro ya no tiene miedo y anuncia con valentía la buena nueva (Hch 2, 14ss). Con esta experiencia y presencia, María enseña a los apóstoles lo que significa permanecer en el amor de Cristo.

Nosotros, padecemos la ausencia del Señor, conocido ahora sólo por los ojos de la fe. Pero la unción del Espíritu Santo nos llena de la fortaleza de la de María y nos hace activos trabajando por la Iglesia, fiel como María a la herencia de Jesús.

El discípulo discierne con la luz del Espíritu Santo las acciones con que en cada momento participará en la misión. Con la energía de María llena del Espíritu, el discípulo vence el temor y extiende las cuerdas de su tienda, al mismo tiempo que se provee de la ternura para continuar haciendo presente el Reino.

Esta verdad interiorizada lleva al discípulo a cuestionar su amor por Cristo, por el Reino y por la Iglesia, es decir, somos discípulos no funcionarios, nuestra mirada apunta a realidades trascendentes, no a realizaciones históricas, aunque, éstas son necesarias, pero la realización del Reino se inscribe en el corazón del discípulo como un “todavía no” del “ya” de las realizaciones históricas.

La compañía de María en medio de la comunidad de apóstoles libera a la devoción de idealismos subjetivistas y ayuda al creyente a seguir al Maestro en su comunidad eclesial. No es posible contar con María sin contar con la Iglesia, con toda la austeridad de desprendimiento que ello supone. Pero al mismo tiempo no es posible contar con María sin soñar y trabajar con realismo y libertad de espíritu por una Iglesia como la que en ella se hace presente: acogedora de Jesucristo en la fe como María encontrando exclusivamente en él el sentido de su vida y de su misión. Participando de su manera de estar en el mundo, atenta a su propia condición de carne débil y vulnerable, lista para ser socorrida con la unción del Espíritu. Iglesia guiada siempre en sus actuaciones por el principio mariano de mansedumbre, paciencia, paz y libertad de espíritu, que desde la fortaleza de la humildad y del olvido de sí no teme las contradicciones y las represalias que acompañan a la proclamación de la Verdad desinteresada y promotora de justicia desde la fortaleza del amor.

En este sentido, tendríamos que hablar de una presencia transformadora de María. Las personas nos cambian al convivir con nosotros. María nos cambia haciéndose presente en nuestras vidas con todo lo que ella es. María rodearía a los discípulos del afecto que ella sentía hacia Jesús, según el encargo que recibió al pie de la Cruz, y se vería fortalecida por el amor que ellos profesarían a la madre del Maestro.

Para María permanecer en el amor tiene una estructura pascual, su icono es el Cristo Crucificado-Resucitado. Esto se vivencia a través de una pedagogía simultánea, a saber: por un lado, Quien ama tiene los estigmas del Crucificado-Resucitado y no sus cicatrices. Éstas son heridas que uno ha sufrido en la vida y que se espera que el tiempo cierre; en cambio, los estigmas son heridas frescas, sangre viva, amor real, impreso además en el cuerpo. Esto sucede en Jesús, el Cristo, en cuyos miembros el amor ha escrito su relato con el alfabeto de las heridas, indelebles como el amor mismo.

Por el otro, quien tiene los estigmas es un resucitado. Los estigmas son signo de la vida nueva que puede ser transmitida a los otros, más fuertes que toda muerte. Éste es el sentido de las apariciones del Crucificado-Resucitado. Quien lleva los estigmas testimonia exactamente que la herida impresa por la “muerte” no tiene poder mortal, no es muerte, se ha convertido en fuente de vida. Esto es lo que Pablo le refería a los Corintios: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor 4,10-12). Cuando los discípulos o discípulas llevamos los estigmas del Crucificado-Resucitado en nuestros cuerpos, con ellos afirmamos, que el amor de Dios en nosotros siempre reverdece y florece en toda la alegría y gloria que él es en sí mismo, porque la principal pasión de Dios es dar vida, sobre todo allí donde al creyente le parece imposible.

Los apóstoles aprendieron a ser testigos en la escuela de María, aprendamos también nosotros, en la escuela de María, a adentrarnos en las aguas profundas del Evangelio, como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, para ello nos recomienda: Es conveniente utilizar la brújula de la fe para no perdernos. Es solidario desplegar las velas de la esperanza y del amor para no hundirnos en nuestros exclusivos intereses Es prudente llevar el ancla del perdón para detenernos, como ella lo hizo, y ayudar o proclamar la presencia de Dios en nuestros corazones. Es ventajoso remar con el soplo del Espíritu Santo y, con sólo esa seguridad, saber que no hay olas gigantes para el que siempre cree y pone en Dios la última palabra.
Vladimir Pérez, O. Carm

martes, 17 de junio de 2008

La Fraternidad en el Carmelo, Camino de comunión.

El autor de la Regla carmelita, Alberto Patriarca de Jerusalén, se dirige a los eremitas llamándolos “hermanos” (Regla Cap. 5, 6, 8, 12, 15, 22, 23).

Eso significa que los Carmelitas estamos llamados a realizar nuestra vocación, no de forma individualista, sino junto con los hermanos. La actitud contemplativa, que permite descubrir a Dios presente en las personas y en los avatares cotidianos, ayuda también a valorar el misterio de cada miembro de la comunidad.

Como jóvenes que nos relacionamos en la comunidad carmelita, debemos hacer presente el carisma en medio de nuestro entorno, ser Jóvenes no individualistas sino ser jóvenes en relación con el otro, creando vínculos de fraternidad, así poco a poco iré configurando mi vida al estilo de muchos que vivieron este carisma Carmelita a lo largo de ocho siglos, como Juan de la cruz, Teresa de Ávila, Andrés Corsini, Tito Bransdma, Candelaria de san José, Asunción Soler, etc.

Nosotros como Carmelitas compartimos la sed de Dios de las personas de nuestro tiempo. Esta sed de espiritualidad que sobrepasa los confines del Cristianismo y a menudo se halla escondida en las personas que no profesan ninguna religión. Como Carmelitas debemos ser capaces de captar esta sed de espiritualidad dondequiera que se halle y de dialogar con todos los que buscan a Dios, especialmente los jóvenes.

Fieles al Patrimonio de ocho siglos, debemos despertar y dirigir nuestro trabajo a hacer crecer la búsqueda de Dios e invitar a los jóvenes y a los adultos que se acercan a noisotros a la experiencia de Dios en la vida cotidiana. Nuestra vida de fraternidad debe ser fundamental a lo largo de nuestro caminar hacia Jesús, conocer al otro compartiendo la acogida y la comunicación sincera dentro de la comunidad.

La vida de fraternidad es ya en sí un anuncio y provocación. Una comunidad viva es atractiva y profética, y constituye un signo de la presencia liberadora del Señor entre los suyos.

Nuestro estilo de vida abierto y acogedor lleva a compartir con otros la comunión de corazones y la experiencia de Dios que se vive en la Fraternidad, y no en el solitarismo.

La fraternidad juega y debe seguir jugando un papel importante dentro de nuestra manera de vivir. Como carmelitas somos llamados a la oración constante, pues en la fraternidad debemos demostrarla, y más aún en nuestra realidad en que la fraternidad se muestra como algo anticuado y pasado de moda. La manera en que Jesús se muestra a todos los suyos, es pues en este estilo, siendo hermanos de todos, nos mostró que si es posible seguir este camino, el cual lleva sus dificultades y en muchas ocasiones hasta la muerte, el mejor ejemplo lo tenemos en Jesús de Nazareth.

Como hermanos abiertos a la contemplación de Dios a lo largo de nuestra vida tenemos que hacer presente a Dios en la realidad en la que nos encontramos, hacer vida esa experiencia de Dios que hemos tenido, tanto personal como comunitaria, eso lleva consigo una humildad la cual debe ser la base de nuestro edificio espiritual, si somos capaces de ser humildes y reorientar nuestra vida y nuestro carisma en pro de aquello por lo cual hemos hecho una opción radical, llegaremos con certeza a una coherencia más viva y eficaz en nuestra comunidad.

La fraternidad es símbolo del amor de Dios, que une y mantiene en la fe y la esperanza. Ser fratres significa a mi modo de ver, crecer juntos en comunión y unidad, lo cual es expresado a través del encuentro con la Palabra, en la Eucaristía y en la oración, y esta experiencia debe llevarnos a compartir en gratuidad y en servicio.

La vida comunitaria debe fortalecer el crecimiento humano, intelectual, espiritual y pastoral religioso con el fin de integrarlo en la comunidad y en su misión, pero muchas veces sumergidos en los avatares pastoral que absorben nuestra vida nos descuidamos de la comunidad y por ende del hermano, y se nos hace a veces tan difícil la vida en común y hasta los ejercicios de piedad. Creo que debemos evitar la actividad exagerada y colocarnos frente a nuestro carisma de contemplativos y de fraternos, para no contradecir nuestras aspiraciones más profundas: la unión con Dios.

Es realmente necesaria una diaria conversión al Evangelio, revisando constantemente nuestros proyectos de vida a la luz de la Palabra, para así caminar en el discernimiento personal y comunitario, en el seguimiento de Cristo a través de la vida del Carmelo, para vivir como testigos seguidores y misioneros de Jesucristo. El cual es un proceso continuo de transformación con el fin de interiorizar profundamente la voluntad de Dios, que es totalmente creador y vivificador, de forma que no sólo escojamos libremente el obrar, sino que purificados, nos adhiramos cada vez más a la voluntad de Dios que nos ama.


Fray Santos Martínez O. Carm

sábado, 17 de mayo de 2008

María la mujer y madre...




María y la Comunidad Apostólica.

Jesús invitó a sus discípulos a “permanecer en su amor” (Jn 15,7-10), pero el escándalo de la cruz, fue tan fuerte y encegecedor para sus aspiraciones que huyeron, abandonando al Maestro.

Sólo María, el discípulo amado, Juan, con algunas mujeres, permanecieron cerca del Amor, en medio del dolor (Jn 19, 25-27). Frente al dolor o sufrimiento tenemos dos opciones: la dureza del corazón o la apertura a la ternura. María, la madre de Jesús optó por la apertura a la ternura.

María aprendió a “guardar y a meditar en su corazón” (Lc 2,19) todo aquello que a veces con la luz de la razón no es inteligible para la mente humana. Esta experiencia de María ayudó a la naciente comunidad apostólica, pues, María, como primera discípula de su Hijo, supo confiar en los apóstoles, pues, quien “guarda y medita” sabe confiar y esperar, aún “contra toda esperanza”, sabe que Dios es fiel.

Esta confianza de María como discípula y sabiéndose fecunda por la acción del Espíritu Santo desde el momento de la anunciación, le lleva a estar con los discípulos (Hch 1,12-14), confía en ellos, es consciente de la transformación realizada en ella por el Espíritu y espera que el Espíritu convierta en testigos a los apóstoles, como de hecho sucedió, Pedro ya no tiene miedo y anuncia con valentía la buena nueva (Hch 2, 14ss). Con esta experiencia y presencia, María enseña a los apóstoles lo que significa permanecer en el amor de Cristo.

Nosotros, padecemos la ausencia del Señor, conocido ahora sólo por los ojos de la fe. Pero la unción del Espíritu Santo nos llena de la fortaleza de la de María y nos hace activos trabajando por la Iglesia, fiel como María a la herencia de Jesús.

El discípulo discierne con la luz del Espíritu Santo las acciones con que en cada momento participará en la misión. Con la energía de María llena del Espíritu, el discípulo vence el temor y extiende las cuerdas de su tienda, al mismo tiempo que se provee de la ternura para continuar haciendo presente el Reino.

Esta verdad interiorizada lleva al discípulo a cuestionar su amor por Cristo, por el Reino y por la Iglesia, es decir, somos discípulos no funcionarios, nuestra mirada apunta a realidades trascendentes, no a realizaciones históricas, aunque, éstas son necesarias, pero la realización del Reino se inscribe en el corazón del discípulo como un “todavía no” del “ya” de las realizaciones históricas.

La compañía de María en medio de la comunidad de apóstoles libera a la devoción de idealismos subjetivistas y ayuda al creyente a seguir al Maestro en su comunidad eclesial. No es posible contar con María sin contar con la Iglesia, con toda la austeridad de desprendimiento que ello supone. Pero al mismo tiempo no es posible contar con María sin soñar y trabajar con realismo y libertad de espíritu por una Iglesia como la que en ella se hace presente: acogedora de Jesucristo en la fe como María encontrando exclusivamente en él el sentido de su vida y de su misión.
Participando de su manera de estar en el mundo, atenta a su propia condición de carne débil y vulnerable, lista para ser socorrida con la unción del Espíritu. Iglesia guiada siempre en sus actuaciones por el principio mariano de mansedumbre, paciencia, paz y libertad de espíritu, que desde la fortaleza de la humildad y del olvido de sí no teme las contradicciones y las represalias que acompañan a la proclamación de la Verdad desinteresada y promotora de justicia desde la fortaleza del amor.
En este sentido, tendríamos que hablar de una presencia transformadora de María. Las personas nos cambian al convivir con nosotros. María nos cambia haciéndose presente en nuestras vidas con todo lo que ella es. María rodearía a los discípulos del afecto que ella sentía hacia Jesús, según el encargo que recibió al pie de la Cruz, y se vería fortalecida por el amor que ellos profesarían a la madre del Maestro.

Para María permanecer en el amor tiene una estructura pascual, su icono es el Cristo Crucificado-Resucitado. Esto se vivencia a través de una pedagogía simultánea, a saber: por un lado, Quien ama tiene los estigmas del Crucificado-Resucitado y no sus cicatrices. Éstas son heridas que uno ha sufrido en la vida y que se espera que el tiempo cierre; en cambio, los estigmas son heridas frescas, sangre viva, amor real, impreso además en el cuerpo. Esto sucede en Jesús, el Cristo, en cuyos miembros el amor ha escrito su relato con el alfabeto de las heridas, indelebles como el amor mismo.
Por el otro, quien tiene los estigmas es un resucitado. Los estigmas son signo de la vida nueva que puede ser transmitida a los otros, más fuertes que toda muerte. Éste es el sentido de las apariciones del Crucificado-Resucitado. Quien lleva los estigmas testimonia exactamente que la herida impresa por la “muerte” no tiene poder mortal, no es muerte, se ha convertido en fuente de vida. Esto es lo que Pablo le refería a los Corintios: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor 4,10-12). Cuando los discípulos o discípulas llevamos los estigmas del Crucificado-Resucitado en nuestros cuerpos, con ellos afirmamos, que el amor de Dios en nosotros siempre reverdece y florece en toda la alegría y gloria que él es en sí mismo, porque la principal pasión de Dios es dar vida, sobre todo allí donde al creyente le parece imposible.


Los apóstoles aprendieron a ser testigos en la escuela de María, aprendamos también nosotros, en la escuela de María, a adentrarnos en las aguas profundas del Evangelio, como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, para ello nos recomienda: Es conveniente utilizar la brújula de la fe para no perdernos. Es solidario desplegar las velas de la esperanza y del amor para no hundirnos en nuestros exclusivos intereses Es prudente llevar el ancla del perdón para detenernos, como ella lo hizo, y ayudar o proclamar la presencia de Dios en nuestros corazones. Es ventajoso remar con el soplo del Espíritu Santo y, con sólo esa seguridad, saber que no hay olas gigantes para el que siempre cree y pone en Dios la última palabra.

Fr. Vladimir Pérez, O. Carm

miércoles, 30 de abril de 2008


Con ocasión de la Beatificación de Madre Candelaria de San José.

Desde hace días ronda en mi cabeza algunas ideas entorno a la Madre Candelaria que pudieran iluminar a la Vida Religiosa venezolana, para que este kairós no pase desapercibido, me atrevo a colocarlas por escrito.
Son tres las ideas que subrayo en la vida de Susana Paz (Candelaria de San José) a saber: una espiritualidad centrada en Dios y en su amor: Dios es caridad; una fuerte experiencia mariana y una misión desde abajo. Trataré brevemente de explicitar dichas ideas que forman parte de esta beata.


Una espiritualidad centrada en Dios y en su amor: Dios es caridad.
Este es un desafío para los hombres y mujeres de Venezuela, entre ellos, los religiosos y religiosas. Replantear el paradigma de la imagen de Dios, cuestionarla, para que aparezca en su vivencia espiritual, la imagen de Dios, Padre de Jesús, con esa buena noticia que Jesús nos transmitió, Dios es Padre y nos ama entrañablemente. Madre Candelaria fue una mujer que vivió para Dios, basado en sus escritos, vivía, como se dice en la espiritualidad carmelita, en la presencia continua e ininterrumpia de Dios. Me atrevo a decir que hoy nos hace falta más oración, más encuentro con Dios, con Jesucristo, con su Espíritu, para vivir y mirar todas las realidades desde la mirada compasiva y amorosa del Dios uno y trino; y, para atrevernos a anunciar al mundo que sólo el amor de Jesucristo crucificado y resucitado puede transformarnos, para ser en medio de nuestras realidades testigos del amor transformante de Dios.


Una fuerte experiencia mariana.

Maria, nuestra Madre y hermana, como tiernamente se le nombra en el Carmelo, fue para Madre Candelaria su modelo, esto lo testifica ella misma, cuando a sus 65 años tuvo que ser Superiora y Maestra de Novicias (1928) le confiaba a Mons. Sixto Sosa, en sus propias palabras decía: “Cuando me hallo con una dificultad me postro ante el Santísimo que me enseñe, y le digo a la Santísima Virgen, nuestra Madre, que venga en mi ayuda, que el Señor Obispo la ha nombrado Madre y Maestra; que venga a desempeñar su oficio, que yo, como esclava, me ofrezco a ayudarla en lo que ella quiera confiarme. Asi vivo consolándome con llamarla, invocarla con las tres Avemarías. Así le suplico recordárselo Usía que la nombró Maestra de Novicias, que venga a acá a socorrernos; que no abandone a esta pobre viejecita encomendada que tanto lo necesita”. Ayudados de la vivencia de Madre Candelaria necesitamos redescubrir la figura de María, como cooperadora en la construcción del Reino y como Maestra en la formación de seguidores de su Hijo.

Una misión desde abajo.

Demasiados planes pastorales suscribe la Iglesia, demasiados proyectos pastorales, que en muchas ocasiones, no llevan el sello de la inclusión sino de la exclusión; que no suenan a buena noticia entre los marginados de la sociedad y de la Iglesia sino a condena. Susana Paz (Candelaria de San José) a sus 40 años sólo vio la realidad con ojos compasivos y amorosos, la vida va por delante, antes que los proyectos, sabía que Dios anima todos los deseos buenos que surgen del corazón del hombre, por eso es que cuando “Venezuela vivía en una gran turbulencia política económica y social a consecuencia de la Revolución Libertadora. La Madre Candelaria, se solidariza con los enfermos y heridos, prodigándoles atención y consuelo, especialmente en los llanos centrales. Junto con otras jóvenes de su pueblo natal, de un grupo de Médicos y con el apoyo del párroco de Altagracia de Orituco, el padre Sixto Sosa, funda un hospital para atender a todos los necesitados. Allí en chinchorros y catres de lona, que ella misma confeccionaba, los atendía. Con la fundación de este centro de salud, en 1903, se dio inicio a la familia religiosa que hoy conocemos como “Hermanas Carmelitas de Madre Candelaria”.
Que desafío tan grande nos reta esta beata, necesitamos que la vida pastoral de la Iglesia vaya por delante, antes que los proyectos pastorales, necesitamos llegar a los excluidos, a los pobres, a los enfermos, a los marginados y a todos los que sienten en sus vidas, por sus actitudes o decisiones, que Dios no les ama. En definitiva, y con humildad lo afirmo, necesitamos una kenosis en los agentes pastorales, que los conviertan en pacientes pastorales, necesitados ellos mismos de la salvación, del amor misericordioso de Jesús, para así, lanzarnos a una misión desde abajo, pues, el estilo de Madre Candelaria no fue otro que el estilo de Jesús, acercarse y acoger. Que falta hace hoy leer desde el corazón aquello que la Madre Candelaria decía a sus hijas: prohibió a sus hijas que dijeran: “no hay”, cuando un enfermo pedía alguna cosa. Si no disponían de ella, debían responder: “ya se la voy a procurar”. Que bien nos haría, junto con nuestra beata, leer la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37) para hacernos más cercanos y acogedores del sufrimiento humano y dar una respuesta efectiva y afectiva.


Quisiera terminar mirando el semblante de Madre Candelaria para muchos se les presenta como una mujer muy seria y recia, no olvidemos queridos lectores, que esta mujer es llanera y como llanera, era recia y echada pa´lante, pues hacia realidad aquel refrán que dice: “el llanero es del tamaño de las responsabilidades que se le presentan”. En un ejercicio de imaginación y creatividad, veo en el semblante de Madre Candelaria una conjugación del humor con la espiritualidad y para fundamentar lo que afirmo, transcribo dos frases llenas de profundidad y sentido, bien nos haría a todos, para no tomarnos a nosotros mismos o a nuestras obras apostólicas tan en serio, en sus propias palabras: “Corazón que no se alegra no cría buena sangre” y “No hay que buscar el suavizar las penas, sino ofrecérselas a Dios”.

Beata Candelaria de San José, ruega por nosotros.


Fr. Vladimir Pérez, O.Carm

domingo, 13 de abril de 2008

Un Carmelita, Periodista y Mártir.

Beato Tito Brandsma, periodista y mártir

En Bolsward, Holanda, el 23 de febrero de 1881, venía al mundo Anno Sjoerd. A los 17 años ingresó en la Orden del Carmen. El 22 de septiembre de 1898 hacia su noviciado, adoptando en la vida religiosa el nombre de Tito. Por esos días exclamaba: “"La espiritualidad del Carmelo, que es vida de oración y de tierna devoción a María, me llevaron a la feliz decisión de abrazar esta vida. El espíritu del Carmelo me ha fascinado".

Cursó sus estudios con brillantez primero en su Patria y después pasó a Roma, donde se doctoró en filosofía. Vuelto a Holanda, se entregó de lleno a toda clase de apostolado: carmelita, sacerdote, periodista, profesor de Historia de la Mística en la Universidad de Nimega, Rector Magnifico de la misma Universidad.
Prisionero del gobierno de ocupación nazi en Holanda, por negarse a colaborar con ciertas medidas tomadas por éste: la expulsión de los niños de origen judío de los colegios católicos o la inclusión obligatoria de consignas nazis en los diarios católicos, de los que él era el representante. Recorrió varias cárceles y campos de concentración, incluido el “infierno” de Dachau en el que moriría un 26 de julio de 1942. Beatificado por el Papa Juan Pablo II en 3 de noviembre de 1985. Su fiesta la celebramos el 27 de Julio.

Este carmelita holandés, Fray Tito, supo integrar en su vida, la vida mística, la contemplación, la oración, el trato con lo sagrado de una parte, y la compasión por los más necesitados y menesterosos por otra.

La santidad de Fr. Tito la podemos resumir en un santo de lo humano. Quien se acerca a su vida se siente fascinado y desafiado, ya que, entra en contacto con la categoría de santos que podríamos definir como “cotidianos”. Más cercanos a nuestro propio vivir de cada día, más “humanos”. Tito supo amar la vida, se dice que su constitución física era debilucha, supo amar las cosas sencillas y banales, supo transmitir sencillez, además, supo “reír con el que ríe y llorar con el que llora”, utilizando palabras de San Pablo. Asimismo, fue una persona integrada en la sociedad, comprometido con ella e ilusionado en la tarea de construir entre todos un mundo mejor, donde todos pudiésemos vivir y convivir amenamente, la razón de esto que afirmo, está en la causa del por qué lo hacen prisionero y de su muerte, -anteriormente expuesto-.


Fr. Tito fue un hombre abierto, solidario, alegre, hospitalario, familiar, afectivo, ecuménico y lleno de esperanza. Estos calificativos forman parte de su fisonomía humana. Los biógrafos cuentan que quien entraba en contacto con Fr. Tito percibía su carácter bondadoso y experimentaba amistad y cercanía. Eran famosos sus apretones de manos y su buen sentido del humor, fruto a lo mejor de una verdadera desmitificación de tantos ídolos que nos esclavizan y entristecen. Para Fr. Tito la “alegría no es una virtud, sino un efecto del amor”.

Como hombre hospitalario, siempre estaba atento a las necesidades e inquietudes de los demás: lo mismo ayudaba a un anciano a arrastrar su carrito de chatarra, que hacía de escribiente en las cartas que una analfabeta escribía a su hijo, o entregaba a los necesitados todo el dinero que llevaba, o prestaba su propia cama mientras él dormía en el suelo.

Algunos compañeros catedráticos afirmaban de él: “Nada hay tan agradable como trabajar con Brandsma. Siempre tiene lo que necesitas o sabe lo que ignoras. Y haga lo que haga por uno, siempre será él agradecido”. Otro decía, “siempre tiene algo que dar”.

Su fisonomía espiritual es consecuencia del talante humano. Fr. Tito fue un enamorado de Jesucristo, de la Virgen María y de su Orden del Carmen. Poco amigo de fanatismos y de excesos, lleno de prudencia. Su oración la vivía como algo íntimamente unida a la vida de cada día. “La oración no es un oasis en el desierto de la vida, es toda la vida”, dijo en cierta ocasión. Muchos de los que le conocieron cercanamente decía de él: que era un hombre que vivía esa profunda unión con Dios en la vida de cada día, en el trabajo cotidiano. Como complemento de esta afirmación, una muestra en este consejo espiritual que dirige a su hermana clarisa: “Haz perfectamente tus pequeños deberes, incluso el más insignificante. Es algo sencillo. Sigue al Señor como un niño sigue a su padre”. Todo esto nos lleva a afirmar que nuestro apostolado debe ser fruto de nuestra vida interior, llevando el amor contemplado al mundo que servimos.

Como auténtico carmelita profesaba un tierno amor a María que se hacia contagioso a cuantos le rodeaban. Y lo manifestaba a través del estudio, la palabra, los escritos y el culto mariano.
Su amor a Jesucristo se ve reflejado en el poema: “Ante Jesús” que escribió en la cárcel, me atrevo a colocar esta parte del poema: “Cuando te miro, buen Jesús, advierto en ti el amor del más querido amigo, y siento que, al amarte yo, consigo el mayor galardón, el bien más cierto”… “Quédate, mi Jesús, que en mi desgracia jamás el corazón llore tu ausencia; ¡Que todo lo hace fácil tu presencia y todo lo embelleces con tu gracia”.

Para terminar esta breve reseña biográfica de Fray Tito, podríamos calificarlo como “defensor de la verdad, de la libertad, de la conciencia”. Y su santidad calificarla como “santidad de la humanidad” como le gusta decir a un cofrade nuestro.

Fray Tito nos ha dejado una espiritualidad entrañable, compendiada en ese talante optimista y esperanzador, esa armónica fusión entre el místico y profeta, entre la contemplación y la compasión. Es un ejemplo para los carmelitas y para los cristianos del siglo XXI. Para todos, carmelitas y cristianos, su mensaje es que se puede vivir plenamente, aún dentro de un mundo tan complejo, tan cambiante, tan contradictorio y a la vez tan apasionante. Es una invitación a vivir una espiritualidad sana, vitalizadora y a descubrir el aliento del Espíritu, en todas las realidades, aún en las mas vulgares y banales, y, en donde se percibe muchas veces la negación de Dios o la negación de la vida, de la libertad, de la verdad, de la conciencia personal.


Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a nosotros a no avergonzarnos del Evangelio en la construcción del Reino de justicia, paz, libertad, verdad, y poder descubrir en cada acontecer de la vida la presencia misericordiosa y compasiva del Dios amor, Padre de Jesucristo.




Fr. Vladimir Pérez O.Carm