martes, 17 de junio de 2008

La Fraternidad en el Carmelo, Camino de comunión.

El autor de la Regla carmelita, Alberto Patriarca de Jerusalén, se dirige a los eremitas llamándolos “hermanos” (Regla Cap. 5, 6, 8, 12, 15, 22, 23).

Eso significa que los Carmelitas estamos llamados a realizar nuestra vocación, no de forma individualista, sino junto con los hermanos. La actitud contemplativa, que permite descubrir a Dios presente en las personas y en los avatares cotidianos, ayuda también a valorar el misterio de cada miembro de la comunidad.

Como jóvenes que nos relacionamos en la comunidad carmelita, debemos hacer presente el carisma en medio de nuestro entorno, ser Jóvenes no individualistas sino ser jóvenes en relación con el otro, creando vínculos de fraternidad, así poco a poco iré configurando mi vida al estilo de muchos que vivieron este carisma Carmelita a lo largo de ocho siglos, como Juan de la cruz, Teresa de Ávila, Andrés Corsini, Tito Bransdma, Candelaria de san José, Asunción Soler, etc.

Nosotros como Carmelitas compartimos la sed de Dios de las personas de nuestro tiempo. Esta sed de espiritualidad que sobrepasa los confines del Cristianismo y a menudo se halla escondida en las personas que no profesan ninguna religión. Como Carmelitas debemos ser capaces de captar esta sed de espiritualidad dondequiera que se halle y de dialogar con todos los que buscan a Dios, especialmente los jóvenes.

Fieles al Patrimonio de ocho siglos, debemos despertar y dirigir nuestro trabajo a hacer crecer la búsqueda de Dios e invitar a los jóvenes y a los adultos que se acercan a noisotros a la experiencia de Dios en la vida cotidiana. Nuestra vida de fraternidad debe ser fundamental a lo largo de nuestro caminar hacia Jesús, conocer al otro compartiendo la acogida y la comunicación sincera dentro de la comunidad.

La vida de fraternidad es ya en sí un anuncio y provocación. Una comunidad viva es atractiva y profética, y constituye un signo de la presencia liberadora del Señor entre los suyos.

Nuestro estilo de vida abierto y acogedor lleva a compartir con otros la comunión de corazones y la experiencia de Dios que se vive en la Fraternidad, y no en el solitarismo.

La fraternidad juega y debe seguir jugando un papel importante dentro de nuestra manera de vivir. Como carmelitas somos llamados a la oración constante, pues en la fraternidad debemos demostrarla, y más aún en nuestra realidad en que la fraternidad se muestra como algo anticuado y pasado de moda. La manera en que Jesús se muestra a todos los suyos, es pues en este estilo, siendo hermanos de todos, nos mostró que si es posible seguir este camino, el cual lleva sus dificultades y en muchas ocasiones hasta la muerte, el mejor ejemplo lo tenemos en Jesús de Nazareth.

Como hermanos abiertos a la contemplación de Dios a lo largo de nuestra vida tenemos que hacer presente a Dios en la realidad en la que nos encontramos, hacer vida esa experiencia de Dios que hemos tenido, tanto personal como comunitaria, eso lleva consigo una humildad la cual debe ser la base de nuestro edificio espiritual, si somos capaces de ser humildes y reorientar nuestra vida y nuestro carisma en pro de aquello por lo cual hemos hecho una opción radical, llegaremos con certeza a una coherencia más viva y eficaz en nuestra comunidad.

La fraternidad es símbolo del amor de Dios, que une y mantiene en la fe y la esperanza. Ser fratres significa a mi modo de ver, crecer juntos en comunión y unidad, lo cual es expresado a través del encuentro con la Palabra, en la Eucaristía y en la oración, y esta experiencia debe llevarnos a compartir en gratuidad y en servicio.

La vida comunitaria debe fortalecer el crecimiento humano, intelectual, espiritual y pastoral religioso con el fin de integrarlo en la comunidad y en su misión, pero muchas veces sumergidos en los avatares pastoral que absorben nuestra vida nos descuidamos de la comunidad y por ende del hermano, y se nos hace a veces tan difícil la vida en común y hasta los ejercicios de piedad. Creo que debemos evitar la actividad exagerada y colocarnos frente a nuestro carisma de contemplativos y de fraternos, para no contradecir nuestras aspiraciones más profundas: la unión con Dios.

Es realmente necesaria una diaria conversión al Evangelio, revisando constantemente nuestros proyectos de vida a la luz de la Palabra, para así caminar en el discernimiento personal y comunitario, en el seguimiento de Cristo a través de la vida del Carmelo, para vivir como testigos seguidores y misioneros de Jesucristo. El cual es un proceso continuo de transformación con el fin de interiorizar profundamente la voluntad de Dios, que es totalmente creador y vivificador, de forma que no sólo escojamos libremente el obrar, sino que purificados, nos adhiramos cada vez más a la voluntad de Dios que nos ama.


Fray Santos Martínez O. Carm